Juegos para Preparar la Vuelta al Cole con Ilusión

Volver al cole sin perder la calma (ni la ilusión)

Por Mele, Juguetería Educativa Mukkies

El segundo lunes de septiembre, Lanzarote amanecerá con esa luz limpia que hace brillar los charcos. En la puerta del cole, algunos peques llevaran la mochila como si pesara el mundo; otros dan saltitos, nerviosos y contentos a la vez. Las familias nos miraremos con complicidad: sabiendo que la casa también vuelve al cole.

Me gusta pensar la adaptación como una doble travesía. Por un lado, la de los niños y niñas, que cambian de horarios, de adultos de referencia, de normas; por otro, la nuestra, que soltamos el control del verano y volvemos al reloj. Ninguna se hace del todo sin la otra. Por eso, el trabajo fino empieza en casa, en espacios pequeños y cotidianos, a ratitos.

La emoción pide nombre. Antes de hablar de mochilas, hablemos de tripas. Cuando un peque no sabe qué va a pasar, el cuerpo se pone alerta. En Mukkies veo a menudo la escena: una madre me dice “no quiere hablar del cole”, y el niño, en silencio, se agarra a su estuche. No es desinterés; es protección. Ahí el juego abre puertas que la conversación directa no abre. Si en el salón convertimos el suelo en aula con el Juego simbólico, aparece el lenguaje que faltaba: el profe saluda, alguien pide turno, una despedida se ensaya sin lágrimas. Repetimos la escena dos, tres veces. Dejamos que el error entre y salga. Lo que ayer dolía, hoy se nombra.

Las rutinas se ensayan, no se imponen. Las vísperas, cuando la casa huele a cena y a sal, propongo un ensayo general. “¿Cómo serán las mañanas?”. Hacemos el recorrido con humor: abrir ojos, desayuno, dientes, zapatos, mochila. En lugar de un discurso, usamos un tablero de imágenes; mover la ficha da la sensación de avanzar. Con nuestro Tablero de actividades diarias se juega a ordenar y prever, y el peque se escucha diciendo “primero… después…”. Ese “decir” es importante: anticipar en voz alta organiza el pensamiento y baja el nervio.

La atención crece en dosis cortas. Entre platos y pijamas, diez minutos de cartas bastan para afinar el foco. Si la tarde estuvo movida, sacamos Minimatch: la rapidez visual engancha, no exige explicación larga y regala pequeñas victorias. Si notamos energía extra y risas a flor de piel, el toque caótico y brillante de ¡Taco, Gato, Cabra, Queso, Pizza! ayuda a entrenar autocontrol entre carcajadas. Cuando el objetivo es escuchar pistas y construir en equipo, Motamo Junior nos devuelve al ritmo pausado. Un par de rondas. Paramos en lo alto. Decimos en voz clara lo que salió bien: “hoy esperaste tu turno”, “miraste con calma”. La atención no es una maratón; es un músculo que se tonifica sin dolor.

Juego

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El objeto que cuenta quién soy. Hay mochilas que son más que mochilas. En Mukkies veo a los peques elegirla como si eligieran una bandera: “esta soy yo”. Cuando la llenamos juntos con su nombre, un llavero sencillo, un dibujo doblado —esa mochila emocional—, el primer día no va solo. En el estuche, unos colores que le gustan de verdad, un lápiz que no araña el papel, una pequeña nota que diga “nos vemos después de la merienda”. La papelería no es un trámite: son herramientas que convierten el aula en un lugar habitable.

Cuando la despedida corta es la mejor. A veces lo más cariñoso es lo más breve. Practicamos la rutina los días anteriores: abrazo, contraseña secreta (un gesto tonto que solo compartimos), mirada, “hasta luego”. En el ensayo de casa, si alguien se queda con ganas, repetimos y nos reímos. En la puerta del cole, lo hacemos una vez. Confianza también es saber irse.

Jugar a pensar paso a paso. Hay niños que, frente a lo nuevo, se bloquean no por falta de ganas, sino por no ver el camino. Con el Tablero de actividades diarias convertimos una tarea en tres pasos visibles. A veces me gustaba introducir un “error a propósito” y pedir que lo encontraran. El “¡te pillé!” los pone a cargo, y sentirse al mando, aunque sea en juego, reordena la cabeza. Con los puzzles, esa sensación de “no puedo” se transforma en “ya sé por dónde empezar”: bordes, colores, piezas que encajan. Un puzle terminado es mucho más que una imagen; es prueba tangible de que la perseverancia da fruto.

El cuerpo también estudia. La atención no sucede solo en la mesa. En la alfombra, las Tablillas Kapla piden pulso, paciencia y mirada. Cada torre que se tambalea y vuelve a levantarse explica mejor que cualquier discurso qué significa concentrarse. Marcamos un reto pequeño: tres niveles de altura. Celebramos el proceso, no solo la foto final. Lo que aquí se aprende, mañana aparece cuando toquen los primeros trabajos en clase.

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Nombrar para entender, no para etiquetar. Una tarde cualquiera, sacamos el Juego de cartas para contar historias y cae una imagen de paraguas. “Hoy me sentí nublado cuando…”. Surge el relato del patio, de la fila, del comedor. Si aparece una mueca, vamos al Puzzle de emociones y buscamos la cara que se parece a la suya. Preguntamos: “¿Dónde lo notas en el cuerpo?”, “¿qué te ayudó?”. No buscamos moralejas, buscamos mapa. Cuando las emociones tienen geografía, ya no dan tanto miedo.

Tiempo y medida. Acompañar no es llenar cada minuto de dispositivos o actividades. Funciona mejor el ritmo tres tiempos: juego breve, movimiento, calma. Diez minutos de cartas, cinco de estirarse o bailar, tres de respiración con dedos (subo e inspiro, bajo y suelto). Lo pequeño, repetido, hace raíz.

Y si el primer día se tuerce. Nos puede pasar a todos. Si hay lágrimas al separarnos, no restemos importancia ni convirtamos el momento en un examen. Nombramos: “esto es difícil”. Recordamos el plan: “vuelvo después de… (una referencia concreta: la fruta, el cuento)”. Por la tarde, nada de interrogatorios. Devolvemos control: juego libre, algo de construcción, quizá una ronda de cartas. Cuando quieran contar, lo harán. A menudo, lo que temían por la mañana, por la tarde ya es una anécdota.

Las familias también se adaptan. Si en casa anclamos dos o tres rituales sencillos —la mochila preparada juntos, el estuche revisado sin prisas, el beso que no se negocia—, el resto del día fluye mejor. Y si un martes sale regular, el miércoles es otra oportunidad. No hay premio más grande que verles caminar solos hasta la puerta y girarse para buscar nuestra mirada. Ese segundo vale septiembre entero.

En Mukkies, cada septiembre es un álbum de historias. Entráis buscando una mochila, unos colores que no se rompan, una libreta que invite a escribir. Salís con algo más: un plan sencillo para que la casa sea el puente con el cole. Si necesitáis ideas concretas, os acompaño encantada. Podemos ver juntas qué juegos encajan con vuestro peque y con vuestro tiempo: desde Minimatch y Motamo Junior para entrenar atención, hasta el Juego simbólico para ensayar la entrada, pasando por el Juego Emötio o el Puzle de emociones para poner palabras a lo que sienten. También tenemos todo lo relacionado a Mochilas, Colores y Papelería para que el material haga equipo con vuestro día a día.

Septiembre no es una prueba; es un comienzo. Y los comienzos, cuando se juegan, dejan ganas de volver mañana.

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